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OPINIÓN
Carlos Gustavo R. Quintana (*)
Toda organización humana parte, en mayor o en menor medida, del modelo jerárquico basado en estructuras piramidales que establecen los niveles de la sociedad, donde cada individuo tiene fijado un determinado rol.
En las sociedades occidentales actuales, nuestros dignatarios son los políticos, y estos son enfocados y analizados con gran detalle en cuanto a las formas, el aspecto y las expresiones. Especial interés reciben los líderes que encabezan los diferentes proyectos, en los que a posteriori, otorgamos nuestra confianza para representarnos en las instituciones y/o administraciones públicas.
En las sociedades con mayor cultura política y/o tradición democrática, la permanencia de los líderes políticos en las instituciones públicas no es requisito indispensable, y observamos como los mismos son sustituidos por otros iguales o mejores formados, con un estilo y comportamiento impecable, que le son marcadas por una sociedad exigente que no tolera actitudes ilícitas y fuera de criterios éticos y/o morales intachables.
Quedarse con el titular y no profundizar en propuestas políticas llevan a un sedentarismo ideológico/político, que genera la tan poco deseable inercia de votar más al líder que a las políticas a aplicar, en demasiadas ocasiones. No obstante, cuando el líder una formación política se erige en la única opción posible, la opción de la renovación o del cambio de políticas en el fondo o en la forma, pueden llevar al declive de dicha opción si la gestión no se conduce por unas formas y unos contenidos coherentes con los que se han llevado cabo en las instituciones públicas.
En nuestro país, con una de las generaciones mejor formadas de nuestra historia, vemos como se siguen repitiendo las mismas caras en demasiadas ocasiones, y persisten en perpetuarse en las instituciones desde el geocentrismo propio de hacer de la actividad política más una forma de vida que una vocación de servicio público. Casos de políticos con largos recorridos de dos e incluso tres décadas, no son inusuales en nuestro país.
Cuando se impone, por cualquier motivo, la sin razón, el clientelismo interno y/o las luchas internas en las formaciones políticas, el ansia de poder y el protagonismo para destruir los avances que beneficien al interés general por intereses distintos a estos, se deja de lado a la ciudadanía que opta por la opción que considera válida, para retornar a las consabidas políticas de izquierda y derecha.
Alcanzar grandes pactos de estado, lo que denomino políticas transversales, y avanzar en consolidar el estado del bienestar que tanto sacrificio y lucha costó a nuestros predecesores, consolida e instaura una desafección por la política que sufre gran parte de la ciudadanía, tan necesaria en los tiempos que corren, para diluirse de manera cíclica en estereotipos de lo que se ha venido a llamar la vieja política.
Alcanzar el poder por el poder para deshacer lo andado por el simple hecho de no ser del gusto del que gobierna, lleva a un enfrentamiento estéril, a distracciones y normativas que nada tienen que ver con las necesidades de la mayoría de la ciudadanía de a pie, y a aseverar la percepción ciudadana de que la política es un instrumento mal utilizado para beneficiar a minorías (a determinadas elites socio-económicas).
Los tiempos son cardinales en política, como lo son el qué acordar sobre opciones distintas y sobre los puntos esenciales que han de converger para llegar a acuerdos estables de gobernabilidad, ya que alcanzar dichos acuerdos a cualquier precio solo desnaturalizan las políticas de aquellos que con ansiedad quieren gobernar por cualquier medio (el contrato político/vinculante ó programa electoral, no deben ser papel mojado).
Las prácticas, ya habituales, en la política española de lanzar mensajes en campaña electoral con propuestas que luego se incumplen sistemáticamente, genera a posteriori un menoscabo de la credibilidad necesaria para alcanzar acuerdos de gobierno. Más aún cuando la postura es de debilidad y necesitas de terceros para conseguir formar gobierno.
¿Puede ser que determinados lideres aferrados a los personalismos/actitudes propias de etapas anteriores, o aquellos que se creen imprescindibles se estén convirtiendo en un obstáculo para el avance ideológico y/o de ideas para dar soluciones a los problemas de la ciudadanía?. ¿Habrá que esperar a otra nueva generación para que las ideologías lineales de unos y otros partidos cambien, y tengamos una sociedad más equilibrada y justa en: el plano social y con un bienestar económico que permita desarrollar una planificación de vida digna?
En la actual coyuntura, me niego a resignarme a que las futuras generaciones tengan que enderezar el entuerto y los desequilibrios que cada vez más, a mí pesar, veo que nos rodean desde ya hace un tiempo hasta nuestros días, y cuyo horizonte no alcanzo a vislumbrar en el futuro, con políticos y políticas cíclicas, que se desmontan cada vez que cambia la ideología que alcanza el poder.
Es el momento de políticas transversales, de consenso, de agrupar y no de dividir, de respetar la decisión de la ciudadanía que ha marcado una senda muy clara, que no es otra que la de la negociación forzosa por no apoyar a nadie con la mayoría absoluta. ¿Habrán entendido el mensaje los partidos tradicionales, y los nuevos, o habrá que recurrir nuevamente a las urnas para vergüenza de aquellos políticos que no dan la talla?.
sábado, 16 de julio de 2016
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Carlos Gustavo Rivero Quintana
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Política o políticos: That´s the Question
Política o políticos: That´s the Question
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