OPINIÓN
Carlos G. Rivero Quintana (*)
El 20 de diciembre de 2015, marcó el comienzo de una nueva etapa en la política de nuestro país. Con unos resultados electorales que imponen la obligación al bipartidismo imperante (PP y PSOE) a tener que negociar con otras formaciones políticas, destacando las llamadas emergentes (C´s y Podemos), para poder conformar gobierno.
Mensaje claro y señal inequívoca del mandato y de la necesidad, al menos de una parte de la ciudadanía, de poner fin a unas formas de entender la política alejada de la realidad de la misma, y con la que unos y otros (pertenecientes a casi todas las formaciones políticas) se han venido dotando de privilegios y de unas prebendas que resultan impropias en la mayoría de democracias europeas (aforamientos, gastos superfluos, etc.), y que han llevado a la desafección de la ciudadanía por la actividad política y todo lo que la rodea (originando el descrédito de numerosas instituciones públicas por los manejos de estos).
La política en nuestro país se ha calibrado, al menos hasta hora, por el rédito electoral y la búsqueda del poder, para llevar acabo aquellas políticas de izquierdas o de derechas (al alternarse en el poder el PSOE o el PP, en algunas legislaturas con apoyos de los nacionalistas), y con un nivel de cumplimiento en no pocos casos decepcionantes respecto a las expectativas generadas, y de forma literal al alcanzar mayorías absolutas (aplicando el "rodillo") momento en el que han generado escaso consenso.
Las reformas en profundidad son necesarias (incluido nuestro marco de convivencia: la Constitución), pero empleando el mayor de los consensos posibles sin complacencias ni complejos antes las minorías de aquellos que buscan el enfrentamiento para conseguir sus fines partidistas y/o identitarios. Reformas todas ellas que deberían estar encaminadas a aprender de errores del pasado, regenerándose y moldeándose a las necesidades de una sociedad actual y economía cambiantes (sin que la segunda prime sobre la primera), trabajando para dejar un país a las generaciones venideras en las mejores condiciones, en un mundo cada vez más globalizado.
La única máxima que debería guíar en la acción política es la de generar convergencias o consensos en aras de la defensa del interés general, dando soluciones a los problemas de la ciudadanía. Contentar a todos y alcanzar los consensos de 1978 se hace complejo en estos tiempos que nos ha tocado vivir.
Es tiempo de dialogo, de consenso, de potenciar aquello que nos une, de generar sinergias para dar soluciones a los grandes temas que preocupan a la ciudadanía (empleo, corrupción, situación económica, etc.), para recuperar los niveles de estado de bienestar anteriores a la crisis económica mundial. Esto conlleva ahondar en dar soluciones a dichos problemas y no obcecarse en marcar las conocidas como líneas rojas y la de enclaustrarse en intereses distintos del general.
Se abre el tiempo de nuevos políticos, de nuevas políticas. De no conformarnos con ser herederos de los políticos de antaño que han dejado tras de sí un país cuyos avances no se han terminado de consolidar tanto en lo social como en lo económico, y cuyo retroceso ha sido evidente en estos años de crisis económica mundial donde no hemos resistido de igual modo que otros países con modelos socio-económicos más sólidos y diversificados.
Es, en definitiva, la legislatura del dialogo y del CAMBIO, para llegar a acuerdos y hablar de política con mayúsculas. Es esta la opción que requiere la ciudadanía, y es de esperar que no se vuelva a las andadas, insistiendo en hablar de sillones sin llegar a hablar primero de contenidos que den soluciones a los problemas de la ciudadanía.
El futuro es incierto porque hay quienes vislumbran prioridades distintas a la de los necesarios contenidos para las propuestas, y no sería de extrañar que nos encontráramos ante la legislatura más corta de nuestra democracia, debido al tácticismo y la mente calculadora de unos u otros, o bien (lo deseable) que las reformas fueran de tal calibre que se encaminara hacia un nuevo proceso constituyente para refundar el estado, un estado sostenible y solido (por tanto, disolución de las Cámaras Legislativas, para reformar la Constitución).
El tiempo pondrá a cada uno en su sitio y la ciudadanía tendrá que separar el grano de la paja a la hora de otorgar su confianza, en forma de voto, para unos u otros en futuras elecciones.
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